Estos días he estado de paso por Madrid. Solo fueron unas horas, pero me dieron para hacer muchas cosas. He trabajado algunos ratos, he quedado con amigos de los años en los que viví allí y hasta visité de nuevo El Prado.
Vamos, que me ha cundido mucho. Algo que me ha llevado a preguntarme… ¿Cuál es mi relación con el tiempo?
Muy buenas y gracias por recibirme en tu buzón, soy Víctor y esto que estás leyendo es Tierra B, la newsletter en la que intentamos aprender mirando la cara B de las cosas. En esta ocasión, también en una edición más libre de verano. Si te han reenviado este mail o estás leyendo esto en la web y te gusta, que sepas que puedes suscribirte aquí para recibir futuros envíos en tu bandeja de entrada.
Los romanos fueron unos genios en muchos sentidos. Hicieron una red de calzadas que ha sido replicada por las carreteras actuales, acueductos, templos inmensos… ¡Pizza!
Pero eran un desastre gestionando el tiempo. Al menos, cuando estaban empezando como civilización. Mientras los sumerios, los mesopotámicos o los antiguos zoroastras (un pueblo muy molón con una tradición que llega a nuestros días: por ejemplo, Freddie Mercury era de familia zoroastra) tenían, ya antes que ellos, claro que un año debía dividirse en 12 meses porque era lo más útil para seguir el ciclo de rotación en torno al Sol, los romanos seguían teniendo un calendario lunar.
Un calendario lunar implicaba dividir los meses en ciclos de 28 días. Y, además, algo les debió pasar porque solo pusieron 10 meses al año. Empezaban el año en marzo y lo acababan en diciembre.
Sabían, porque lo vivían y lo transitaban, que había un periodo de aproximadamente 60 días entre diciembre y marzo (nuestros enero y febrero actuales) pero, simplemente, no le ponían nombre. Que tuvieran ese espacio temporal así sigue siendo un misterio a día de hoy. La hipótesis más apoyada es que obviaban ese periodo porque hacía mucho frío y no tenían nada que celebrar.
Muy simple. No había nada importante que hacer y, por lo tanto, ese tiempo les daba igual. Ni lo nombraban. Apunta el adjetivo importante porque lo repetiremos bastante.
Hablamos, eso sí, del comienzo del pueblo romano en torno al siglo VIII a.C…. Pero todo estaba a punto de cambiar.
***
Está claro que el paso del tiempo es inexorable (toma frase precocinada), pero últimamente he reflexionado en como el ritmo de vida actual nos ha supeditado a él.
Vivimos para acabar tareas, cumplir entregas y hacer las cosas “a tiempo”. En una dualidad en la que “tenemos tiempo” o “no tenemos tiempo”, y donde sienta como un calcetín lanzado a la cara una frase como “para cuando tengas tiempo”.
Creo que el tiempo es tan complejo que le importa poco lo que hagamos con él. Los años pasan, pero lo que elijas hacer hoy, o en las próximas horas o días, te impacta tanto ahora como en el futuro.
El Tiempo vencido por la Esperanza y la Belleza. Simon Vouet (1627)
El cuadro que ves arriba es obra de Simon Vouet y representa al Tiempo, con su guadaña y su reloj de arena, siendo atrapado por la Esperanza y la Belleza, como dice su título. Al verlo en El Prado me quedé pensando en cómo lo que representa se ha convertido en algo muy complicado hoy. Conseguir momentos en los que el tiempo parece detenerse por buenos motivos, como son la esperanza o la belleza.
Pensar en si lo que decido hacer es solo por cumplir o, por el contrario, por ir un paso más allá o simplemente disfrutar, es una pregunta que me gustaría hacerme más a menudo.
***
En el siglo VII a.C. los romanos aún no tenían República ni Imperio y Emperadores. Tenían Reyes. Numa Pompilio fue el segundo de ellos.
De Numa se conocen algunas leyendas que seguro que fueron verdad. Por ejemplo, se dice que tenían poderes como Júpiter y podía disparar rayos con las manos.
Numa era un tío molón. Normal que fuera el rey.
Resulta que un día llegaron los sacerdotes y le dijeron:
—Numa, que resulta que nos hemos inventado una fiesta pero queremos hacerla en una época del año de esas que no tienen nombre.
Aquella fiesta era la Februa, una fiesta de la purificación y la fecundidad bastante bruta que luego se acabaría uniendo a las Lupercales de marzo, otro San Fermín romano.
Numa, que era un tío muy práctico, cogió el calendario, el tiempo, y lo adaptó para que no hubiera problemas: se inventó nuestros actuales enero y febrero (enero era ianarius por el dios Jano y febrero se llamó así por las Februas), aunque puso a febrero como el último mes del año tras diciembre. Con el tiempo, no se sabe muy bien con qué motivo, en torno al año V a.C. pusieron a febrero como el segundo mes, tal y como está ahora.
Aquello tuvo efectos que aún colean hoy en día. Por ejemplo, septiembre se llama así porque viene del latín september (séptimo, por ser el séptimo mes), pero ahora es el noveno. Y lo mismo pasa con octubre (octavo), noviembre o diciembre, que en realidad ya no ocupan ese orden.
Creo que Numa hoy en día quizá no hubiera tenido tan fácil tomar aquella decisión —ya tendría enero y febrero ocupados—, pero me gustaría copiarle la idea. Que cuando para algo no tenga tiempo, pero quiera hacerlo, tome la decisión de, simplemente, inventármelo.
***
Perro Semihundido. Francisco de Goya y Lucientes (1819-1823)
El cuadro que ves arriba es el Perro Semihundido de Goya, una de sus pinturas negras. Nadie sabe muy bien por qué mi paisano la pintó. Algunos creen que es un perro intentando salir de un arroyo mientras se ve arrastrado. También, que simplemente mira a dos pájaros que aparecieron también pintados. Otros, dicen que el perro mira una figura que no aparece pintada, quizá el propio Goya.
En mi visita al Prado leí que también hay investigadores que lo ligan con la fatalidad de la muerte. No daban más explicación. Horas después, lo entendí. Aquel perro también tenía la postura de estar esperando el regreso de alguien. Quizá de un amo/a que nunca iba a regresar a casa.
Todos vivimos sin ser conscientes de que la partida se puede acabar mañana. Nunca sabemos cuándo nos arrepentiremos de no haber sacado o inventado el tiempo para lo que queremos hacer o lo que nos aporta de verdad.
***
Tras Numa, los romanos siguieron con su vida ahora con sus felices 12 meses y sus muchas fiestas, que para eso iban a dominar el mundo occidental.
El calendario de Numa, eso sí, seguía siendo un follón hasta que Julio César, ya en el siglo I a.C., encargó a un metódico matemático que calculara cómo debía ser el calendario perfecto.
Aquel tipo, llamado Sosígenes, lo clavó. Los años terrestres —el tiempo que tarda la Tierra en dar la vuelta al Sol— tienen 365 días, 6 horas, 9 minutos y 9’7 segundos. Él, con sus métodos de la época, lo calcó salvo en esos casi 10 minutos finales.
Para compensar, los meses se alargaron todos en días, aunque febrero, curiosamente, mantuvo sus 28 jornadas como el ciclo lunar. Además, implementaron los años bisiestos, que ya habían sido no obstante utilizados en otras civilizaciones.
Pero había otro problema, tantos años con el calendario antiguo se habían ido comiendo muchos días por su falta de exactitud.
¿Solución? Julio César, que para eso era el que mandaba, decretó que el año siguiente iba a tener 445 días. Así se compensaría de golpe todo el desajuste de los últimos siglos. Y así fue. El 46 a.C. fue un año que todo el mundo recuerda que se le hizo muy largo.
De nuevo, alguien volvió a inventarse el tiempo.
***
En el argot de la gestión de tareas, es conocida la matriz de Eisenhower, que divide qué debemos hacer en función de su grado de importancia y urgencia. Resumiendo mucho: la recomendación general es primar lo importante sobre lo urgente.
Por ejemplo: ¿Es más importante acabar X asunto del trabajo o quedar con ese amigo al que hace tiempo que no ves? Una cosa es urgente, la otra es la realmente importante. Y sé que la mayoría de la gente estamos supeditados a un trabajo que implica un horario fijo, a veces de forma obligatoria; a veces para que no se nos vaya de las manos. Pero, este enfoque, puede aplicarse en distintos ámbitos.
Interludio por algo que quizá te interese:
Si te gusta mejorar tu gestión de tareas y priorizar lo que realmente es importante, en Haciendo Cosas hemos sacado una serie de plantillas y recursos basados en la herramienta Notion que pueden ayudarte en esto.
Salgo de esas horas en Madrid con la idea reforzada de que tanto lo urgente —salvo emergencias de las peligrosas, no nos pasemos—, como lo importante, pueden moverse adelante o atrás sin importar tanto como creemos. Y, también, que a veces hay cosas que, si no hacemos, tampoco pasa nada.
Quizá tenga esa sensación porque hay estudios (lo siento, pero no he buscado la referencia, esta edición es de verano y me importa más dejar de escribir y salir a la calle, pero te aseguro que lo leí en algún lado) que dicen que los humanos tenemos la impresión de que el tiempo pasa más rápido cuando cumplimos años porque cada vez hacemos menos cosas nuevas. Y, en mis horas en Madrid, si bien no hice cosas nuevas, sí algunas que hacía tiempo que no hacía. La rutina tiene muchas cosas buenas, pero salir o innovar dentro de ella, también.
Ojalá dejemos de ir tan detrás del reloj.
Ojalá deje de ir tan detrás del reloj.
Los humanos, incluso sin ser reyes romanos que lanzaban rayos por las manos, hemos construido nuestra relación con el tiempo desde siempre porque, simplemente, al no poder controlarlo, es el contrato que nos damos. Directamente, nos lo inventamos. Quizá alguien mañana se invente que el mes de agosto dura ahora 60 días.
Puedes probarlo en tu casa, aunque sea de forma interna. Entre nosotros podemos llamarlo “hacer un Numa”.
—
Hasta aquí todo por hoy.
Nos leemos, si quieres. Y espero cualquier comentario, opinión o apunte con los brazos abiertos. Solo tienes que responder este mail. Estoy al otro lado.
Disfruta y que pases un buen día.
Víctor